domingo, 3 de octubre de 2010

Mística y política

Bruno Renaud.
Correo del Orinoco. Sábado, 02 de Octubre de 2010

En el curso de la campaña electoral reciente, ciertos obispos del país no tuvieron mucho empacho en intervenir "a tiempo y destiempo" en el quehacer político. Cosa poco excepcional, lo hicieron a menudo con escaso sentido de la objetividad, la necesidad y la urgencia. ¿Para bien de quién?
En los inicios del siglo IV, cuando el imperio romano se convirtió a la fe cristiana, los obispos se convirtieron a la causa imperial. En el banquete que concluyó la primera reunión episcopal de la época, en un arranque de emoción mística el emperador Constantino se dirigió a los comensales obispos y pronunció aquella frase histórica: "¡Ustedes son los obispos de lo que está dentro de la Iglesia, y yo soy el obispo puesto por Dios de lo que está fuera!". Como un solo hombre, los obispos se pararon y aplaudieron frenéticamente. Así quedó sellado el contrato de concubinato entre ambos poderes; un modelo soñado, para muchos, de la alianza entre el cielo y la tierra.

En el curso de la campaña electoral reciente, ciertos obispos del país no tuvieron mucho empacho en intervenir "a tiempo y destiempo" en el quehacer político. Cosa poco excepcional, lo hicieron a menudo con escaso sentido de la objetividad, la necesidad y la urgencia. ¿Para bien de quién?
En los inicios del siglo IV, cuando el imperio romano se convirtió a la fe cristiana, los obispos se convirtieron a la causa imperial. En el banquete que concluyó la primera reunión episcopal de la época, en un arranque de emoción mística el emperador Constantino se dirigió a los comensales obispos y pronunció aquella frase histórica: "¡Ustedes son los obispos de lo que está dentro de la Iglesia, y yo soy el obispo puesto por Dios de lo que está fuera!". Como un solo hombre, los obispos se pararon y aplaudieron frenéticamente. Así quedó sellado el contrato de concubinato entre ambos poderes; un modelo soñado, para muchos, de la alianza entre el cielo y la tierra.
Pero como lo dijo un crítico literario en el siglo XIX, "todo comienza en mística y concluye en política". Muy pronto, papas y príncipes intentaron jalar la cobija de su lado por motivos que nada tenían que ver con la gloria de Dios o el servicio al pobre. Fue inevitable y sanguinaria la larguísima historia de guerras y tormentas entre los dos poderes, a la vez aliados y enemigos...
La denuncia de esta relación antievangélica vino más bien de los laicos que de los sacerdotes. Los siglos XVIII al XX ponen de manifiesto la dificultad que tuvieron los clérigos en aceptar la diferencia entre el tiempo y la eternidad.
Por eso, hasta el día de hoy, en el subconsciente de no pocos hombres de Iglesia sigue siendo motivo de secreta añoranza la situación de mando ejercido por lo espiritual (es decir, ¡por los eclesiásticos!) sobre las estructuras de este mundo. Ninguna duda: son de (relativa) buena "fe" -¡como las del fanático monje Savonarola en el siglo XV!- las prédicas modernas a favor del bien común o la insistencia en una justa política. Pero entre la supuesta superioridad del poder espiritual y la dictadura de los príncipes de la Iglesia, la distancia es corta. Nunca más habrá que recorrerla.

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